sábado, 26 de diciembre de 2009

Reseña de Habrá una vez un hombre libre de Ignacio Escuín Borao, por Eduardo Chivite.


Hace algunas semanas en Las Noches del Cangrejo recitaron Eduardo Boix y Nacho Escuín. A Eduardo lo descubrí hace algún tiempo, porque en las listas de enlaces en los blogs siempre está justo encima de mí, por aquello del orden alfabético. De Nacho sabía por noticias que me llegaron cuando leyó en Cosmopoética hace un año, no lo vi porque yo andaba en el hospital de pos-operatorio. Mientras recitaba, solo tardé dos poemas en saber que la próxima reseña para el blog de Las Noches iba a ser sobre su último libro. Un libro debo decir de esos que por su calidad y densidad no se hace nada fácil de reseñar. Y es que Nacho Escuín es un autor ya de importante trayectoria, ha publicado Profundidades; Ejércitos espirituales; pop; Couleur; y Americana; ha ganado varios premios literarios, y es responsable del ciclo Este jueves, poesía, y de la Editorial Eclipsados, que lleva la friolera de una veintena de títulos publicados, y todo esto se nota.

Normalmente, cuando uno tiene que enfrentarse a un poemario que reseñar, suele ser conveniente buscar información o reseñas de libros anteriores, pero tras leer este libro me he dicho: “¡qué demonios, a ciegas!, se merece el esfuerzo de no decir lo de siempre”. Así que sin más me lanzo ahora al vacío…




El libro se divide en dos partes completamente descompensadas (¡raro!, ¿eh?). La primera a su vez en tres bloques que llevan por título: Tránsito, Luces de la Ciudad y Cuerpos débiles. La última parte del libro trata el tema de la muerte, por el contrario la primera se centra en el asunto de la vida. Podríamos empezar a decir tonterías de esas que se dicen de que si las tres edades del hombre (respectivamente), que si un díptico vida / muerte, y elucubraciones varias. A mí se me antoja, simplemente, que la vida por lo general es más importante y da mucho más de lo que hablar. A este respecto, en todo el poemario gravitan temas que, tengo que decir, me parecen verdaderamente interesantes y propios de la poesía, quizá, precisamente, porque Nacho se pregunta a menudo sobre ello: “Recuerdo con cierta precisión el momento en el que tuve / la certeza de que estas luces merecían un poema”. Merecedores son también cuestiones varias como Lisboa (“aquí y en mi pecho hace frío”), la mujer, la libertad, la debilidad… La poética de Nacho y su idea de lo que debería ser la vida se confunden en algo parecido: “recuperé la vida, eso es, la vida, tal y como te lo cuento”. Contar la vida en un poema no tiene nada que ver con la biografía sentimental o el diario, es más bien “un curioso modo de vivir, una manera distinta de mirar la vida”, que requiere, necesariamente, entenderla como es, lejos de romanticismos absurdos: “una vida de tránsito entre la obligación y la alegría del hombre libre”. La búsqueda de la libertad, como la búsqueda de las luces maravillosas de una mítica ciudad, que el poeta bautiza bajo el nombre de “vientoatroz”, son metáfora del descubrimiento-revelación y de la propia búsqueda en sí, y es que “Vivir así es más entretenido (y valiente, creo)”. La poética de Nacho se manifiesta también como fruto de este ejercicio de valor: “No volveré a escribir poesía oscura (…) ni en este papel ni en mi vida ni en mi cama”, “Lo diré con la inocencia de un poeta primerizo y el espíritu de Rimbaud el africano”, “Las mañanas en la cocina de casa (…) Eso me falta (…) para luego construir el poema más complejo y comunista del mundo. Un poema de todos”.

Un lugar especial tiene en medio de esta vida el tema de la mujer, de hecho, con el poema Una nueva Eva, aborda otra búsqueda: “Busca una mujer que acepte la sociedad en que vivimos”, “a tu imagen y semejanza, huidiza, canalla y fingidora”… anti-dona tan realista como nosotros mismos, curiosamente semejante en tono al Poema acróstico a la mujer perfecta al final del bíblico libro de Proverbios. Eso sí, con el tratamiento propio de este nuestro tiempo: “La dependienta del Zara escribe poesía. / Podría amarla tanto…”, o “No, no quiero un quilo de patatas, te quiero a ti”.



La segunda parte recibe el título de La Espera, que ni decir tiene connota ideas como la llegada de la muerte o de ella misma como la esperada, pero en este caso denota una última llamada de teléfono. El poemario trata sobre la muerte de Lupita y me recuerda irrevocablemente al poemario de Fernando Merlo por la muerte de Nafa (“Nafa murió como morimos todos / su corazón se puso blanco y quieto”), si bien este mucho más lírico, lo que emociona en Nacho Escuín es una dicción y emoción de evidente inmediatez: “Lupita se muere. Su corazón sufrió un infarto / masivo hace exactamente dos días”. De nuevo, manifestando esta conciencia poética de contar la vida, confiesa: “lo único / que hoy soy capaz de hacer es escribir / sobre ella”. Como una idea profunda del libro, hay quien puede “aprender a vivir sin corazón”, frente a los que saben morir con corazón. Así también termina el libro, antes o después “El frío lo inunda todo, ha llegado el invierno”, la muerte, la llamada…



Eduardo Chivite

(Chivi, el poeta clásico).

1 comentario:

Nacho Escuín dijo...

Sin palabras me has dejado...

gracias!!!