jueves, 15 de octubre de 2009

Reseña de Indigesta de Siracusa Bravo Guerrero, por Eduardo Chivite


Reseña de Indigesta de Siracusa Bravo Guerrero

Cangrejo Pistolero Ediciones saca nueva colección, los “Cuadernos caníbales”, y hoy, 14 de Octubre de 2009 en el centro cívico La Casa de la Sirena en la Alameda de Sevilla, se presentaba oficialmente. ¡Ah!, y mañana, en el Perro Andaluz a las 22:00 horas (vamos, hoy, porque ya es de madrugada). El primer “cuaderno”, que de cuaderno tiene el nombre solamente (¿cómo se las gasta Nuria y Antonio en esto de editar?), es el Nº 0. Siracusa saca así su primer libro, detrás: años, lecturas, intentos, poemarios, antologías, recitales. Uno de esos poetas que saben desde el principio que para esto de escribir hay que empezar por aprender, de esos poetas que se esfuerzan por escribir un buen primer libro, y de esos que saben que un primer libro no deja de ser pese a todo, eso: lo primero que uno hace. La verdad, ahora, y espero que cuando lea esto no le dé un “yuyu”, empieza, porque eso, eso también lo tienen los primeros libros.



Confieso abiertamente, sí, no me queda remedio, que Siracusa es mi amiga, y algunos de ustedes pensaran que ¡vaya!, ¡claro, así seguro que la pone bien!. No la conocen ustedes, ¿verdad? Ufff… la que me espera si detecta la más mínima dulcificación en la crítica, o un punto de vista así como pasado por alto, o… no saben de verdad, el lío en que me estoy metiendo, porque si algo tienen los verdaderos amigos nuevos poetas es ganas de que sus verdaderos amigos menos nuevos poetas le digamos la verdad, pese a quien pese. Así, que empiezo por lo malo: NO ES UN LIBRO INCREÍBLE. Pero hay cosas que me gustan, algunas mucho; otras me sorprende en un primer libro… ya, ya sé que he dicho eso antes, pero a veces cuando se hacen reseñas, o cuando leemos, o cuando las cosas de la literatura tienen tanto eco como Las Noches del Cangrejo, se las juzga y se espera de ello más, mucho más, muchísimo más… y eso, señores míos, es injusto, mezquino, e impropio de la objetividad a la que me veo obligado. Ya me gustaría decir lo que mi corazón siente cuando leo este libro. No voy a decirlo.

El poemario se estructura como si fuese un menú o una comida: entrantes, primer plato, segundo plato y postres. Tranquilos, que no voy a hacer un comentario de texto en alas de la objetividad. Esto de los poemarios con hilo conductor para las reseñas es cojonudo, se pone uno en la mentalidad “esqueleto de la trama”, y ya del tirón. Flaco favor, para un libro como este. Pero no deja de llamar mi atención, porque normalmente los poetas primerizos escriben un primer poemario de poemas sueltos, donde no hay una intención clara de libro o una conciencia clara de su “yo-escritor”, que es como el sarampión, también se pasa. Y será cosa de la deformación, o de que estos perfopoetas son más clásicos de lo que se imaginan. Pero el poemario empieza con una cita de Leopoldo María Panero que responde plenamente al poema-prólogo al libro o al lector a la manera de Marcial, como si de una salutación propiamente se tratara. El primer poema dialoga claramente con la cita, y en el primer verso del libro “Y estas ganas de llorar que ahogo”, me trae a la memoria la retórica petrarquista de las lágrimas: a Garcilaso de la Vega “Salid lágrimas corriendo”, o a Diego Hurtado de Mendoza “Salid, lágrimas mías, ya cansadas”. El detonante de este llanto (“planto”, “canto”, “plañidera”, ¡lo qué me gusta la ciencia etimológica!) es “todo el amor que me trago / todo el amor que no quieres”. Sí, señor, ¡viva el Petrarquismo! Una comida que se nos indigesta, porque nos comemos mi “amor que no quieres”, ¡coño!, ¿no va sentarnos mal? Y esta vez Garcilaso pasado por Neruda, “cuando no miras te escribo” (¡Sira, quilla, qué pedazo de verso!), que tiene un eco semántico a Salinas, esa “voz a ti debida”. La negación, como una de las cinco fases psicológicas ante la certeza de muerte, “ni oler-te / ni oír-te / ni ver-te”, con el consabido tópico de los cinco sentidos.
Confieso que la poesía femenina a veces me despista, no la comparto, o simplemente no me gusta: lleno de llanto y dolor y sentimiento desgarrado; ese lenguaje de entrañas, que tan insuficiente parece para expresar a veces el daño femenino en este mundo. Dice en un verso: “palabras lo suficientemente afiladas”, mas lo intenta, las busca, las inventa; el poemario se endurece, está salpicado de palabras normales, de hoy, de andar por casa, de barrio, que rompe, metamorfea; palabras rodeadas de lecturas, de versos trabajados, y a veces también de necesaria sencillez: “No hay olor de cereza en mí”. Este lenguaje de verdad sí que lo entiendo. Por ejemplo: “para no quererte yo”… o a veces amenaza, “¿Y si al mirarme / te lluevo?”… y otras se esconde, “pero nunca estás para aderezarme”, que no para abrazarme, o sí, o qué se yo, si silencio, si vacío.
Como una cena que sale mal, el segundo plato es una gradatio de rabia donde la lluvia del principio se vuelve de granizo, de besos de hielo, en vómito, gelifracción, astillas heladas. Aceptación: “ver el miedo en tus ojos”. Superación: “No escribo para ti, ni por ti” (¿quién dijo “voz a ti…” qué?). Y afirma: “seré poeta, / mejor, persona”. Ya lo decía Horacio, para ser mejor poeta hay que ser mejor persona, que no al revés, y sí, ya, ya sé que hay quien piensa que esta máxima es errónea, poco científica, o que la vida demuestra lo contrario… y sé que hay incluso quien cree saber más de esto que el viejo Horacio.

Los postres son como pequeños toques de alegría detrás de lo que del desamor queda, como bailes, juegos a veces performáticos, otros visuales, un grito… Y el último poema es la guinda. Tras del índice, un poema epílogo, y en él uno de esos versos que definen el extraño esfuerzo de escribir: “adiestro dragones en el arte del escu(l)pir”. Porque Siracusa a veces un poco borde escupe versos, que también esculpe, sabedora de que no puede solo vomitar palabras. En la solapa de la contraportada, el después del después, naturaleza obliga, así son la indigestiones… Se vuelve escatológica (transcendental o lo contrario), en un epigrama que, como muchos de los poemas de este libro, me callo; será cosa de aceptar la invitación. Pero a mí me recuerda a Fernando Merlo cuando escribe: “Porque soy poeta / hasta cuando cago, / os doy un poco de mierda / la demás, para mí”. Aún en la contraportada, como si el corazón pinchado en un tenedor —motivo gráfico de la edición— intentase seguir latiendo, un poema-aviso, guiño del editor: “No / se admiten devoluciones”, el/la poeta no tiene “tiempo para enseñarte a leer entre líneas”, ni yo ya tampoco, son las 4:31, y mañana tengo clase (soy el profe).
Eduardo Chivite (el poeta clásico).

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