Presentación-reseña de EL AÑO EN QUE MURIÓ JEAN GENET, de María González en la Librería Luque de Córdoba, 30 de abril de 2010 a las 20:15 por E.Chivite.
Hoy estoy aquí en calidad, no sé muy bien de qué, amigo, “ese muchacho que me empezó a hablar de poesía”, poeta, varsoviano… Cuando Elena y Alejandra, por indicación de María, me pidieron que escribiese unas palabras para la contraportada de este libro me dije: “ufff”. Es la primera vez que escribo algo en la contraportada del libro de otra persona, son esas palabras distintas a las del autor que todos van a leer, incluso antes que el libro, incluso puede que por culpa de esas palabras alguien lo suelte y se pierda un libro como éste.
A veces hay que situar las cosas en su contexto, y el primer libro de María González tiene un contexto maravilloso, se lee claramente en este poemario un aprendizaje de años, lecturas y conversaciones. Me trajo ecos lejanos de lecturas que hace ya demasiado que leí, resonancia de los poemas narrativos de la cotidianidad: “bebes agua, cerveza, / y, a veces, sonríes”. Guiños al realismo directo, sucio, a la música de los setenta: “Hoy te volveré a ver dentro del vaso. / Tom Waits, Lou Reed. Llevando el compás con los dedos”. Reconocí algo tan cercano a mi propia poesía y amigos comunes, esto que se dice “generacional” como palabras sencillas, del día a día, una tras otra, dispuestas en la mejor de las formas posibles: “Los amantes no se aman si, al sentirse, / miran más la piel que sus ojos” (a mi me ha pasado).
Esta voz de la que hoy les hablo es joven, tan joven que cuando habla de la infancia pierde ese resabio amargo del que perdió algo importante, se muestra natural, a veces decadente, y adolece con frescura todavía la vida nocturna… un cóctel que duele y tranquiliza: “He vuelto a ver a mi príncipe azul”, “No conozco otra forma de querer”, “Sabes que es la belleza cuando te hacen sentirla”. En la contraportada lo digo de otro modo: “Y atrapa a un tiempo, como algo propio que respira en este libro, la pugna entre la realidad, vista desde una fría objetividad emocional, y la nocturnidad, como extraña ensoñación consciente, a veces voluntaria”. Insisto en lo de propio, en lo de atrapa, ensoñación, consciencia, insisto.
María González que a veces ilumina obras de teatro compone los poemas como si fuese iluminando escenas de la vida, o viceversa, la luz, su luz, como si fuera un poema, y es entonces cuando sorprende “de veras en medio de sus versos la belleza, o cómo se vuelve esperanzadoramente poética en el momento de contemplar”, momento inesperado, oculto entre un a veces duro pesimismo poético, otras de auténtico dolor bien encauzado, que la vida la rodea, y con ello hace recordar al lector también que la vida le rodea. Esa sensación sentí cuando volví a leer el libro, ya terminado, trabajado, pulido. Hay versos que me dan envidia, y me alegro: “He aprendido a mirarte con los ojos entornados”, “devolverte el amor que no llegué a sentir” o “El silencio es sentir tus dedos recorrer mi pelo”. Hablar de María González hoy, es hablar de las nuevas voces de poetas cordobeses, de poetas jóvenes, de quienes sentimos como nuestros.
Eduardo Chivite Tortosa
(Chivi, el poeta clásico)
Hoy estoy aquí en calidad, no sé muy bien de qué, amigo, “ese muchacho que me empezó a hablar de poesía”, poeta, varsoviano… Cuando Elena y Alejandra, por indicación de María, me pidieron que escribiese unas palabras para la contraportada de este libro me dije: “ufff”. Es la primera vez que escribo algo en la contraportada del libro de otra persona, son esas palabras distintas a las del autor que todos van a leer, incluso antes que el libro, incluso puede que por culpa de esas palabras alguien lo suelte y se pierda un libro como éste.
A veces hay que situar las cosas en su contexto, y el primer libro de María González tiene un contexto maravilloso, se lee claramente en este poemario un aprendizaje de años, lecturas y conversaciones. Me trajo ecos lejanos de lecturas que hace ya demasiado que leí, resonancia de los poemas narrativos de la cotidianidad: “bebes agua, cerveza, / y, a veces, sonríes”. Guiños al realismo directo, sucio, a la música de los setenta: “Hoy te volveré a ver dentro del vaso. / Tom Waits, Lou Reed. Llevando el compás con los dedos”. Reconocí algo tan cercano a mi propia poesía y amigos comunes, esto que se dice “generacional” como palabras sencillas, del día a día, una tras otra, dispuestas en la mejor de las formas posibles: “Los amantes no se aman si, al sentirse, / miran más la piel que sus ojos” (a mi me ha pasado).
Esta voz de la que hoy les hablo es joven, tan joven que cuando habla de la infancia pierde ese resabio amargo del que perdió algo importante, se muestra natural, a veces decadente, y adolece con frescura todavía la vida nocturna… un cóctel que duele y tranquiliza: “He vuelto a ver a mi príncipe azul”, “No conozco otra forma de querer”, “Sabes que es la belleza cuando te hacen sentirla”. En la contraportada lo digo de otro modo: “Y atrapa a un tiempo, como algo propio que respira en este libro, la pugna entre la realidad, vista desde una fría objetividad emocional, y la nocturnidad, como extraña ensoñación consciente, a veces voluntaria”. Insisto en lo de propio, en lo de atrapa, ensoñación, consciencia, insisto.
María González que a veces ilumina obras de teatro compone los poemas como si fuese iluminando escenas de la vida, o viceversa, la luz, su luz, como si fuera un poema, y es entonces cuando sorprende “de veras en medio de sus versos la belleza, o cómo se vuelve esperanzadoramente poética en el momento de contemplar”, momento inesperado, oculto entre un a veces duro pesimismo poético, otras de auténtico dolor bien encauzado, que la vida la rodea, y con ello hace recordar al lector también que la vida le rodea. Esa sensación sentí cuando volví a leer el libro, ya terminado, trabajado, pulido. Hay versos que me dan envidia, y me alegro: “He aprendido a mirarte con los ojos entornados”, “devolverte el amor que no llegué a sentir” o “El silencio es sentir tus dedos recorrer mi pelo”. Hablar de María González hoy, es hablar de las nuevas voces de poetas cordobeses, de poetas jóvenes, de quienes sentimos como nuestros.
Eduardo Chivite Tortosa
(Chivi, el poeta clásico)
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