jueves, 29 de octubre de 2009

Reseña de Diario de un gato nocturno de Javier Gato, por Eduardo Chivite.


Reseña de Diario de un gato nocturno de Javier Gato, por Eduardo Chivite.

Javier Gato es más clásico que yo. Vamos, es como una catedral construida en distintos periodos artísticos, a veces gótico flamígero, y otras románico tardío. Tiene su poesía el sabor de un totum revolutum: el olor del Decadentismo literario, la línea zigzagueante del Barroco, la estilizada carnalidad griega tras del tufo parnasiano. Ya en el primer poema del libro Génesis trae ecos lejanos, el tono de un cuentecillo cual Boccaccio, la imaginería de William Blake en El Viajero mental[1], o a Mary Shelley y su nuevo Prometeo. Como si de algo muy antiguo nos hablase, el poema Nana del chapero, Balada del camello o Crak traen por momentos a nuestro oídos sensaciones de leyenda, quizá, interiorizada lectura de Edgar Allan Poe. Los gatos de Baudelaire recorren Escuela de gatos, y saltan por entre los poemas del libro sin ser esperados: “El gato se acercó sumisamente”, pero “la curiosidad puede matar al gato”. El título del libro se asemeja a Diario de un poeta recién casado, remite a las composiciones de “nocturnos” del Romanticismo, o se manifiesta como un verdadero diario lírico, blog poético, libro de viajes a la noche, descenso a los infiernos. Autobiografía donde voz narrativa y personaje se confunden, porque “el gato” es un animal poéticamente decadente, dandi, y algo maldito; conocedor de lo inquietante de su mirada, que admira y se reconoce en Leopoldo María Panero: “Sí: / somos nosotros / los que estamos en la cárcel”.



Acierta de lleno Elena Medel en el epílogo del libro cuando dice que apunta maneras de Pablo García Baena, o define el libro como una opera prima dura, incómoda y carnal. En el prólogo María Eloy-García habla del exorcismo-catarsis en el momento de contar. ¡Buenas madrinas! Ténganlo presente, nos enfrentamos, señores, a los fantasmas del rey de la noche. A Javier Gato los títulos en latín le delatan, se vuelve manierista con formas medievales como las baladas y albadas, o danzas macabras donde contrahace (contracultas, dice él), trovadoresco a modo de glosa un “cantarcillo house popular”; y plantos que helarían a Jorge Manrique, enigmas de entretenimiento cortesano y neo-pánicos cantos de sibila.

Ovidio en su Metamorfosis cuenta que al principio solo existía el Kaos, luego llegó Eros, el orden (cosas de la etimología). En el Renacimiento esta demiúrgica cosmogonía se traduce en un enfrentamiento “erótico” entre el furis amoris y el amor neoplatónico (locura / amor). Javier Gato en una contaminatio nocturna los identifica: caos igual a amor, igual a sexo, a muerte, oscuridad, caos igual a fuga mundi. En el microuniverso de la discoteca Ítaca, dj.MAE es el dios Apolo; ménades maniáticas, musas danzantes, bacantes orgiásticas, odiseos lotófagos, pueblan la mitología a altas horas de la madrugada: Mister CNX, Azahara Tamarguillo, Mary Joe, Amy, Lourdes, Marta la Malagueña. Horas en las que el gato se mueve como un caballero andante adversus sensu, un quijote vampírico, que se oculta con la salida de la Aurora (personificación mitológica del día). El barroquismo de Javier Gato responde al horror vacui del sinsentido de nuestra posmodernidad, su decadentismo a un apolíneo deseo de llenarlo. Pero no se queda este libro en una apología o llamada al desorden moral, cada poema sabe la verdad, edípicos, conocen de sí mismos su destino: “Pensé que, seguramente, / dentro de veintitantos años / yo también estaría como Mary Joe, / y quise morirme”. Y yo, yo también, como a Gato ahora le dé por Arrabal, o Lautreamont.



Eduardo Chivite (el poeta clásico).

[1] “y si el recién nacido es varón, / a una anciana mujer es entregado, / quien lo clava tendido en una roca, / y en cáliz de oro acopia sus chillidos. / Ciñe espinas de hierro a su cabeza, / tanto sus pies horada cual sus manos, / le arranca el corazón y lo destaza / para sentirlo gélido y caliente. / Sus dedos enumeran cada nervio / igual que un avaro su oro cuenta; / vive ella de sus gritos y alaridos, / si ella rejuvenece, él envejece”.

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