Reseña de Biografía impura de Juan Cobos Wilkins
¿Qué duda cabe de que Juan Cobos Wilkins “sabe jugar al vocablo”? Siempre me ha parecido que es obligación de todo buen poeta conocer la Historia de las Palabras, si existiese una facultad de Poiesiología, debería ser una de las troncales y darse en varios cursos. Juan Cobos comienza ya en el título, ¡vaya dos palabritas! La palabra “biografía” es una de las constantes de la Literatura. Uno de esos conceptos que se mueve como Pedro por su casa en el terreno de la ficción literaria. Ahora mismo me trae a la memoria: Historias verdaderas de Luciano de Samosata, Vidas paralelas de Plutarco o las genealogías de los césares y distintos semideos. E igualmente en el terreno del realismo literario, las autobiografías fingidas de Lazarillo, los falsarios y otros tantos pícaros… y menos literario, Leonor de Córdoba, el género del diario o la epístola. Lo de “impura” también tiene lo suyo, toda la poesía moderna cabe distinguirse en la tensión que se genera entre el binomio “pura/impura”. La poesía pura anda de manos de Juan Ramón Jiménez: el minimalismo lingüístico, la forma exacta, y el sentimiento elevado. La poesía impura corre (que no anda) de manos de Neruda, donde se mezcla vida-ensueño, deseo con realidad, forma y música.
La Biografía impura de Juan Cobos se asemeja a la autobiografía emocional de los canzioneri petrarquistas, que la poesía de la experiencia ya recuperó desde una “nueva sentimentalidad”. El yo-lírico de Cobos Wilkins no obstante se disfraza, se mira desde fuera, no habla de sí mismo, y sí habla de sí mismo, y de cualquier otro; y deja espacio para que, como suele decirse, nosotros los lectores “habitemos el poema”. Él habla del niño, del adolescente, del joven, y de un poeta. Estructura que precisamente vertebra el libro. Me gusta, porque parece que ha escrito un solo poema con cuatro partes. Uno puede imaginar que habla siempre del mismo niño, y que ese niño crece. ¡Vaya! Pues, lo de “biografía”… va a ser por eso ¿no? Pero no crean que estas dos palabras casan de cualquier manera, porque lo de impura es casi como decir emocional, fingida, poética, mezcla de verdad y de mentira, trasunto sin trasunto… Los poetas impuros no cuentan su vida, cuenta desde su vida, y no literaturalizan su existencia, pero saben engañarnos, porque el poeta es ese finguidor que nos decía Pessoa1.
Cuando me presenté en el despacho del Jefe de Estudios de la ESAD de Sevilla como el nuevo profesor, la conversación giró repentinamente hacía la poesía. “¿Eh? ¡Sí! Sí, escribo… ¡vamos, lo intento!”, dije, consciente de que mi interlocutor era Alfonso Zurro. “¿Conoces a Juan Cobos Wilkins?”. La primera vez que oí hablar de Cobos Wilkins fue en Punta Umbría, hace mucho tiempo; luego leí algún poema suyo en un par de antologías, que tuve el honor de compartir con él (salimos cerca por eso del orden alfabético). Me marché del despacho de Zurro con la idea clara de que Alfonso se decía mentalmente eso de “este muchacho no tiene ni idea”, y ahora que lo he leído, yo también hubiese pensado lo mismo. Por fin, mi amiga Siracusa, fan indiscutible de Juan Cobos, me dijo, alargándome un ejemplar de Biografía impura, “toma, lee solo el poema de la contraportada”. Y así llegue hasta aquí…
Se abre el libro con la única cita presente: “Antes que el tiempo muera en nuestros brazos”. Nada más y nada menos que Fernández de Andrada, genealogía valiente y difícil esta del horacianismo de la escuela sevillana. Se deja notar claramente en sentencias llenas de pasión y de equilibrio: “Un niño mira sombras en la pared. Ignora / aún qué es sombra”, que él mismo es sombra; o “Un adolescente lee a Ovidio”, el Ars amandi, “en un susurro, como aprendiendo a hablar”, descubriendo con los años “que quien contempla la belleza / hereda la conciencia de la muerte”. La fabulación de la infancia en versos como “volar / no es imposible, las alfombras de Bagdad lo hacen; / (…) ninfas que son eco, / (…) unicornios, / centauros, cíclopes”, que buscará de joven en sus viajes, tienen resonancias del venecianismo en los Novísimos. El adolescente y el joven tropiezan, encuentran, descubren un amor con ecos de lecturas de Kavafis, García Baena, o esa idea clásica de la pasión entre iguales, un “Amor tan blanco para el desnudo a solas con el alma”.
Finaliza el libro como un catálogo de cosas que hacen o deben o no deben hacer los poetas: “Un poeta no debe en primavera / cruzar solo la tarde de los parques”. Un poeta debe recordar la música paterna, la imagen de su madre, los “restos / de amor usado ya en la tierra”; parece que Cobos Wilkins, o que los poetas deben recorrer la vida cuando escriben: el joven desamor, la muerte adolescente, “el silencio o sexo de un poema”. Sueña, o necesariamente sueñan, como un niño, con mapas secretos, alfombras voladoras, azules mares, “biografías tan puras”.
Eduardo Chivite (el poeta clásico).
1- O poeta é um fingidor. / Finge tão completamente / Que chega a fingir que é dor / A dor que deveras sente.
¿Qué duda cabe de que Juan Cobos Wilkins “sabe jugar al vocablo”? Siempre me ha parecido que es obligación de todo buen poeta conocer la Historia de las Palabras, si existiese una facultad de Poiesiología, debería ser una de las troncales y darse en varios cursos. Juan Cobos comienza ya en el título, ¡vaya dos palabritas! La palabra “biografía” es una de las constantes de la Literatura. Uno de esos conceptos que se mueve como Pedro por su casa en el terreno de la ficción literaria. Ahora mismo me trae a la memoria: Historias verdaderas de Luciano de Samosata, Vidas paralelas de Plutarco o las genealogías de los césares y distintos semideos. E igualmente en el terreno del realismo literario, las autobiografías fingidas de Lazarillo, los falsarios y otros tantos pícaros… y menos literario, Leonor de Córdoba, el género del diario o la epístola. Lo de “impura” también tiene lo suyo, toda la poesía moderna cabe distinguirse en la tensión que se genera entre el binomio “pura/impura”. La poesía pura anda de manos de Juan Ramón Jiménez: el minimalismo lingüístico, la forma exacta, y el sentimiento elevado. La poesía impura corre (que no anda) de manos de Neruda, donde se mezcla vida-ensueño, deseo con realidad, forma y música.
La Biografía impura de Juan Cobos se asemeja a la autobiografía emocional de los canzioneri petrarquistas, que la poesía de la experiencia ya recuperó desde una “nueva sentimentalidad”. El yo-lírico de Cobos Wilkins no obstante se disfraza, se mira desde fuera, no habla de sí mismo, y sí habla de sí mismo, y de cualquier otro; y deja espacio para que, como suele decirse, nosotros los lectores “habitemos el poema”. Él habla del niño, del adolescente, del joven, y de un poeta. Estructura que precisamente vertebra el libro. Me gusta, porque parece que ha escrito un solo poema con cuatro partes. Uno puede imaginar que habla siempre del mismo niño, y que ese niño crece. ¡Vaya! Pues, lo de “biografía”… va a ser por eso ¿no? Pero no crean que estas dos palabras casan de cualquier manera, porque lo de impura es casi como decir emocional, fingida, poética, mezcla de verdad y de mentira, trasunto sin trasunto… Los poetas impuros no cuentan su vida, cuenta desde su vida, y no literaturalizan su existencia, pero saben engañarnos, porque el poeta es ese finguidor que nos decía Pessoa1.
Cuando me presenté en el despacho del Jefe de Estudios de la ESAD de Sevilla como el nuevo profesor, la conversación giró repentinamente hacía la poesía. “¿Eh? ¡Sí! Sí, escribo… ¡vamos, lo intento!”, dije, consciente de que mi interlocutor era Alfonso Zurro. “¿Conoces a Juan Cobos Wilkins?”. La primera vez que oí hablar de Cobos Wilkins fue en Punta Umbría, hace mucho tiempo; luego leí algún poema suyo en un par de antologías, que tuve el honor de compartir con él (salimos cerca por eso del orden alfabético). Me marché del despacho de Zurro con la idea clara de que Alfonso se decía mentalmente eso de “este muchacho no tiene ni idea”, y ahora que lo he leído, yo también hubiese pensado lo mismo. Por fin, mi amiga Siracusa, fan indiscutible de Juan Cobos, me dijo, alargándome un ejemplar de Biografía impura, “toma, lee solo el poema de la contraportada”. Y así llegue hasta aquí…
Se abre el libro con la única cita presente: “Antes que el tiempo muera en nuestros brazos”. Nada más y nada menos que Fernández de Andrada, genealogía valiente y difícil esta del horacianismo de la escuela sevillana. Se deja notar claramente en sentencias llenas de pasión y de equilibrio: “Un niño mira sombras en la pared. Ignora / aún qué es sombra”, que él mismo es sombra; o “Un adolescente lee a Ovidio”, el Ars amandi, “en un susurro, como aprendiendo a hablar”, descubriendo con los años “que quien contempla la belleza / hereda la conciencia de la muerte”. La fabulación de la infancia en versos como “volar / no es imposible, las alfombras de Bagdad lo hacen; / (…) ninfas que son eco, / (…) unicornios, / centauros, cíclopes”, que buscará de joven en sus viajes, tienen resonancias del venecianismo en los Novísimos. El adolescente y el joven tropiezan, encuentran, descubren un amor con ecos de lecturas de Kavafis, García Baena, o esa idea clásica de la pasión entre iguales, un “Amor tan blanco para el desnudo a solas con el alma”.
Finaliza el libro como un catálogo de cosas que hacen o deben o no deben hacer los poetas: “Un poeta no debe en primavera / cruzar solo la tarde de los parques”. Un poeta debe recordar la música paterna, la imagen de su madre, los “restos / de amor usado ya en la tierra”; parece que Cobos Wilkins, o que los poetas deben recorrer la vida cuando escriben: el joven desamor, la muerte adolescente, “el silencio o sexo de un poema”. Sueña, o necesariamente sueñan, como un niño, con mapas secretos, alfombras voladoras, azules mares, “biografías tan puras”.
Eduardo Chivite (el poeta clásico).
1- O poeta é um fingidor. / Finge tão completamente / Que chega a fingir que é dor / A dor que deveras sente.
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