domingo, 26 de octubre de 2008

Labios del tiempo, de Soledad CABALLERO y Vicente PRADA


Soledad CABALLERO y Vicente PRADA, Labios del tiempo



Grupo Cero, pequeña editorial especializada en Poesía y Psicoanálisis, ha lanzado recientemente este breve poemario conjunto de Soledad Caballero y Vicente Prada, Labios del tiempo. Que nadie se castigue por no haber oído hablar jamás de estos dos poetas; de hecho, sólo son conocidos en su casa y a la hora de comer. Y En Grupo Cero, por supuesto.
Leyendo la biografía de ambos escritores en la contraportada del libro descubrimos que la única relación de estas dos personas con lo literario –o, incluso, con lo humanístico- es el haber sido alumnos de talleres de poesía organizados por Grupo Cero. Igualmente, todas las empresas culturales de las que forman parte pertenecen o están vinculadas de algún modo a Grupo Cero: el colmo de Juan Palomo, vamos. Atando estos cabos biográficos, y vista la excepcional calidad y el esmero con que ha sido editado el librito (…), es fácil elaborar la hipótesis de que esta señora y este señor se han dejado mucho dinero en esos cursos de poesía -donde por otra parte tampoco les han enseñado gran cosa- y que, como Premio Extraordinario Fin de Curso, les han publicado esta obra conjunta porque, de todos modos, tampoco tenían tantos poemas como para hacerle un poemario a cada uno.En la primera parte, “Son tus labios donde callo”, Soledad Caballero hace gala de su nombre para transportarnos a través de sus poemas en un viaje de desgarros y estremecimientos, de abismos y melancolías azules, hasta la experiencia del desamparo, del desamor y la ausencia que produce heridas inconsolables en el alma. El recuerdo de los momentos teñidos de pasión y de gozo se alterna amargamente con los amaneceres en los que la voz lírica se encuentra desolada, en medio de la nada, despojada de la felicidad perdida. Soledad logra transmitirnos
muy eficazmente la sensación de sufrimiento que acompaña a la sensación de vacío, si bien algunas de las imágenes y palabras clave que emplea en sus poemas se repiten excesivamente, debido quizás a que su proceso creativo como poetisa del psicoanálisis consiste en la escritura automática de obsesiones recurrentes con el fin de aliviar el dolor y la neurosis.
Su compañero de poemario, Vicente Prada, no queda sin embargo tan bien parado. En su parte correspondiente, “Los ojos del tiempo”, se produce un desplazamiento desde un tema humano como el sufrimiento amoroso y el mal de ausencia hasta otros temas metafísicos, claramente existencialistas. De hecho el mismo título de esta segunda parte y la omnipresencia del concepto de tiempo tal y como es planteado nos dirigen intertextualmente hasta una de las obras fundamentales del existencialismo: Ser y Tiempo de Martin Heidegger. Cada poema describe el existir humano y la importancia de la muerte y del sufrimiento como fenómenos desafortunadamente necesarios para llegar a la verdad existencial del ser humano, con lo cual el existencialismo de Vicente Prada se tiñe subsiguientemente de un a veces macabro pesimismo. Los presentes textos, cargados de un profundo y duro mensaje, se han quedado sin embargo estériles a causa del poco esmero que Prada les prodiga en el aspecto formal. Además del defecto ya observado en Soledad de repetir cansinamente ciertas palabras a lo largo de todos los textos, lo que empobrece gravemente el léxico de los poemas, nuestro poeta no tiene empacho en utilizar las imágenes más clásicas, tópicas, desfasadas, magreadas y despojadas de toda belleza que imaginar se pueda: “rosas de arrebol”, “manos de seda”, “muslos rosados”, “cielos estrellados”, la primavera, “azules océanos de libertad”, “azucenas”, “blancas palomas”, “cristal”… Más de una vez tuve que echar un vistazo a la portada del libro para asegurarme de que no estaba leyendo por error mis apuntes de la Facultad sobre Rubén Darío. Sólo falta un “cabellos de oro” insultando sensibilidades en alguna esquina del libro para que ya esté todo el circo montado. Por otra parte, el parecido entre su poema “Vientos blancos, elevados pensamientos” e “Ítaca” de Kavafis resulta tan excesivamente estrecho que no parece aquél sino una paráfrasis de éste.

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